Nuestro tiempo se caracteriza por un mal que ha irrumpido en todas las esferas de nuestra sociedad. Es un mal que está dañando no sólo la salud de los que han caído en las redes de la drogadicción, sino que ha penetrado en las entrañas de nuestra sociedad y la está destruyendo día con día.
No podemos cerrar los ojos ante un problema tan grande como es la adicción a las drogas que no sólo las consumen adultos, sino que nuestra niñez está siendo abatida por ellas. La falta de Dios en los individuos lleva a actitudes de inseguridad, inestabilidad mental, y falta de propósito. La drogadicción promete a las personas que pueden “huir” de sus circunstancias y solo las esclaviza y denigra. La Iglesia de Cristo tiene la responsabilidad de llevar un mensaje de esperanza a quienes están esclavizados a este mal para dar una base firme para su vida.