Una de las cadenas que mantienen al ser humano esclavizado, postrado en la desesperación y la soledad, es el alcoholismo. Este mal ha deshecho hogares, familias, amistades y toda clase de relaciones humanas. Ha dejado a hombres, mujeres, jóvenes, ancianos que en su momento fueron brillantes, seres útiles a la sociedad e incluso fieles cristianos, en un estado de desolación y pérdida de su valor como personas.
Muchos creen que es imposible que esta enfermedad se pueda combatir, pero nosotros sabemos que nuestro Dios es el Dios de los imposibles; es el Todopoderoso y somos testigos de cómo el Espíritu Santo entra en el corazón, la mente y el espíritu del alcohólico y lo transforma.
Para Dios no hay casos perdidos y Él termina la obra que comienza. Sólo debemos como fieles hijos Suyos, obedecer la Gran Comisión y llevar el mensaje del Evangelio a esas personas desahuciadas por la sociedad, pero para quienes Dios es la ÚNICA ESPERANZA.