LIDIANDO CON MIS BREVES TRIBULACIONES

Por: Heber González
A menudo las cosas en el ministerio se tornan difíciles, la prueba parece ser la constante a la que a diario nos tenemos que enfrentar para seguir adelante o desistir de nuestra carrera. A veces las circunstancias adversas, aunado a las muchas actividades pueden lograr que por momentos me desespere y sienta que ya no puedo ir más allá.
Aquí, en este punto es cuando las presiones empañan el ambiente de una densa frustración que por instantes no me deja respirar, mientras camino en este estado, mi visión de la realidad se empaña y me hundo en los problemas y en la depresión que a este estado le acompañan.
¡Vaya, hasta aquí puedo percibir lo patético que sueno! ¡Soy lo más parecido a un hombre derrotado sin la más mínima gota de esperanza! Sé que suena así, sin embargo este no es el fin de la historia, pero si es un camino por el cual transitamos la mayoría de los que estamos involucrados en el ministerio. Una crisis, mala racha, pruebas, son maneras en que lo podemos definir.
Seguir a Cristo implica una constante lucha y un sacrificio, es introducirte por la puerta angosta que te lleva a las privaciones y a la renuncia; es una invitación a despojarte de ti mismo para ceder todo tu ser al Señorío de Cristo.
Este transitar es lo más parecido al camino doloroso de la cruz, es conducirte voluntariamente a la muerte para ser crucificado juntamente con Cristo, de ahí el sufrimiento y los obstáculos que tenemos que afrontar en la vida y en el ministerio. Jesús dijo que todo aquel que quisiera seguirlo debe dejarlo todo y cargar su cruz. ¡Qué invitación tan deprimente para la carne pero alentadora para el espíritu! Es una invitación a abandonarlo todo y morir con Cristo para que Él lo sea todo para ti. Solo así podremos dar fruto y llegar a una identificación con Cristo que nos llevará a cada día confiar y depender de Él.
Es cuando ya no hay más lugar para ti, no hay planes, autosuficiencia, deseos, ni emociones fuera de Jesucristo (Mar 8,35), aquí es cuando caigo en cuenta de que soy un hombre muerto, muerto para el mundo y para mí mismo, pero vivo sólo para Dios y su gloria (Gal 2,20). Aquí mi vida cobra sentido y las luchas encuentran su oportunidad para mostrarme su amor y su misericordia (Rom. 8,28).
Y precisamente la razón de nuestros descalabros y frustraciones ante los problemas se encuentran aquí, en que no hemos muerto ni asimilado que ahora vivimos sólo para el Rey Jesús.
Tal vez pueda sonar un poco loco, pero esta es la manera que funciona mi vida en el ministerio y en lo secular si es que estas dos partes se pudieran separar, para mí no es posible, más que un trabajo, servicio o ministerio, es un estilo de vida, mientras se esté dividido no se puede entregar todo, y así nunca se obtendrán resultados sobresalientes. Este es un llamado a darte todo por la causa de Cristo y vivir sólo esperando en él.
Y esto no es para nada fácil, la incomprensión a menudo me rodea, incluso de aquellos quienes están más cercas de mí, pero esto sólo provoca una reacción y al final es buena, la de refugiarme en Cristo.
Ante la adversidad Él me impulsa de manera vehemente a confiar en Su misericordia y Su soberanía. Su voluntad es el timón que dirige mi vida y aunque a veces transito por caminos incomprensibles, sé que al final del trayecto me revelaran al Dios de toda gracia y misericordia. Si de alguien puedo esperar muestras de bondad y grandes sorpresas, es de mi Señor Jesucristo, el grande y maravilloso por excelencia.
Sé que detrás de cada tormenta viene una bendición, y aunque mi mente por tiempos me traiciona poniendo Su grandeza en duda, al final Jesús siempre me perdona y me sorprende. Su amor es lo más grande que cualquiera desearía tan sólo admirar, si tan sólo tuvieran la más mínima idea de lo que esto implica.
Aun en los más grandes obstáculos, constantemente Jesús nos muestra Su amor y al final, nuestras pobres frustraciones serán transformadas en alicientes para luchar en esta vida por el Reino de Dios (2 Cor 4,17).
A menudo sueño en grandes masas rendidas a los pies de Cristo y en un mundo perfecto. Y aunque parecen sueños guajiros, sé que no lo son. El gusto por anhelar las cosas verdaderamente buenas nos ha sido dado por Cristo y fuimos creados para deleitarnos en Su presencia juntamente con todo lo excelso que Él es.
Debido al pecado esto se ha distorsionado y a lo bueno llamamos malo y viceversa, a lo malo bueno; hemos perdido el buen gusto por apreciar las cosas buenas y soñar en lo que realmente vale la pena. Aunque el panorama se vislumbra negro, sé que al final la luz de Cristo iluminará a este mundo con Su gloria y lo transformará todo a un estado perfecto.
Mientras esto llegue que mi vida sea gastada en él y que mis breves tribulaciones me conduzcan a glorificar al Rey. Este es mi sueño, motivación y deseo en esta vida. Que mi epitafio diga: “Fue un hombre loco que soñó despierto en encontrar al Rey”.
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